Se acercaba el verano 2009, por fin, y el día dos de julio Vero escribía en su diario “Uuufs!! Pensé que este día nunca iba a llegar, ha sido un año horrible lleno de clases, trabajos, trabajo, asignaturas, problemas,…Y al fin estamos aquí plantados, esta vez sin tienda” Y así era, para este viaje que emprendían, no llevaban ni tienda de campaña ni mochilón en la espalda, éstos habían sido sustituidos por fundas vivac y bicicletas con alforjas.
El invierno de 2009, como Vero escribía en su diario, no había sido fácil y además Luis había sufrido un aparatoso accidente, que si bien le permitió realizar este viaje por los pelos, dado el tiempo de rehabilitación que tenía que cumplir, no le dejó ponerse en forma cómo venía estando. Sin embargo no renunciaron, aunque más de un día acabaron agotados.
Este año es el que menos días libres tenían para pasar así que no era planteable un destino muy lejano. Con una media de 70 km por día, Luis y Vero llegaron a Gijón desde la puerta de su casa, durmiendo en los pórticos de las iglesias principalmente, ya que las iglesias del Norte disponen de amplios pórticos se les sirvieron de resguardo ante el viento, la lluvia y el fresco que se supone por esa zona.
La peor noche… la que se les ocurrió echarse a dormir en la entrada de un campo de alfalfa lista para recoger. Aquella noche aproximadamente un millón de mosquitos asesinos atacaron a nuestros dos protagonistas, que amenazados por todos aquellos insectos permanecieron dentro de la funda vivac cerrados a cal y canto con un minúsculo agujerito para respirar. Se sintieron como presas de hambrientos animales feroces. Reiros, el resultado fueron 125 picotazos en Luis, corriendo Vero mejor suerte. A partir de allí, en Olite, se hicieron con un anti mosquitos preparado para ir al Amazonas.
Lo cierto es que en los viajes, Luis y Vero deciden ir a un lugar, pero casi siempre les acaba sorprendiendo más que el propio destino, un lugar por el que pasan para poder alcanzarlo. En este caso, para estos dos novatos del cicloturismo, los puertos escondidos de carreteras muy secundarias del País Vasco, fueron tan dolorosos como gratificantes puesto que seguro que en sus memorias quedarán los verdes paisajes cubiertos por la densa niebla que escondía a los animales habitantes del lugar, en carreteras recónditas y alturas en las que queda muy lejos el ruido de la civilización.
Tal y como queda reflejado en el diario de abordo que llevaban, quedaron encantados con los paisajes, con los pueblos, con la leche que compraban cada día. Lo cierto es que no necesitaban llevar demasiada comida en las alforjas puesto que en este viaje no hubo ni un solo día en el que no pasarán por algún pueblo habitado donde poder obtener alimentos.
Cabarceno en bici fue otra de las cosas muy chulas del viaje, y en Castro Urdiales llegar a la playa y pisar el mar habiendo llegado por su propio pie también fue otra sensación de las que recordar, con las bici llenas de arena, después de haber subido y bajado lo que a Vero le parecían mil puertos.
La peor sensación que se llevaron Luis y Vero de un viaje como éste, era que casi nunca duermes tranquilo del todo, puesto que éstas en la calle donde todo el mundo puede verte y depende tu seguridad de su buena voluntad.
El regreso a casa de estos dos ciclistas, tuvo lugar un poco más al sur, por León, Palencia, Aguilar del Campo, Reinosa… donde comían helado para paliar el calor y gente amable les preguntaba que si necesitaban agua o alguna otra cosa.
Tras 16 días, era hora de volver a casa, sus cortas vacaciones sin parar de ciclar se habían terminado y en Miranda de Ebro las terminaron cogiendo un tren que les acercara a su casa.